martes, 15 de marzo de 2011

Reflexiones desde el margen # 13

Niñas y ancianas

La luz oblicua del sol, tímida aún, sólo tibia, jugueteaba con mi rostro esta mañana, en la esquina del salón de la cafetería, tamizado por los cristales de colores del ventanal contiguo, calentando con lentitud mi piel, apacigüando mi espíritu, dulcificándolo, aquietándolo hasta el nivel del silencio, donde los colores son más brillantes, los sonidos viajeros más cristalinos, las cosas y las personas más presentes, la sensación de pertenencia al mundo más palpable; ese estado en que las barreras entre el mundo y uno mismo se desvanecen con docilidad, sin lucha, sintiéndote como soplo de aire en el aire.
La vista, sin dueño, se posaba ora en el café, ora en el libro sobre mis manos; la mente volátil...
Entre los bailarines y caprichosos sonidos de la cafetería, comenzó a cobrar corporeidad las voces de una reunión de personas cerca de mí, hasta el punto de empezar a funcionar de forma automática el aparato cognoscitivo anexo, postizo, que todos llevamos encima, traduciendo en mensaje, en comunicación, los bellos sonidos de sus voces. De espaldas a las voces, entendí que se trataba de un grupo de ancianas, no menos de 6 ó 7. Un indiscreto y tramposo vistazo fugaz al espejo de la columna desveló sus realidades. En efecto, la más joven tendría no menos de 75. La más anciana, encorvada en su silla de ruedas, los ojos clavados en las demás, una sonrisa microscópica en sus comisuras, ni imagino la edad que podría llegar a tener. Organizaban una próxima cena. Reunirían a nietos, biznietos, hijos, cuñadas y yernos. Los ojos de todas ellas ardían de alegría, de energía, de expectación, de promesa. Todas participaban con absoluta entrega y compromiso. La más anciana presidiría la mesa, todos los roles y papeles distribuidos y ordenados, la compra ya hecha, el menú preparado... Unidas por su pasado, por su presente, por la inmensa densidad vital en la que estaban sumergidas, por un mismo latir de sus corazones.
Les arrebataba miradas ladronas a través del espejo, y veía a niñas de colegio, organizando una fiesta, con la fuerza nuclear de la inmortalidad sobre sus cabezas. Las niñas se convertían en adultas compartiendo pequeños y profundos secretos de mujer, en ancianas, en niñas otra vez. Y cuando ya no fueran tal cual son ahora, dentro de millones de millones de años, las veía en el interior de nuevos soles, para ser, de nuevo, quién sabe dónde ni cuándo, ahora quizás, aquellas niñas del hambre.
No pude aguantar más, me atrapó el miedo a no tener miedo, y me levanté.
Al pasar al lado de ellas, la más anciana de todas, desde el mundo torcido de su ya rígida cabeza ladeada, me miró con la mirada del mar profundo, y la sonrisa microscópica de las comisuras de los labios floreció en sonrisa franca, para mí, sólo para mí.

Benditas sean.

Bellas hojas de otoño que vuelan para nosotros, regalándonos su luz dorada.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Comente lo que desee.