jueves, 13 de enero de 2011

Reflexiones desde el margen # 6

La forja de la identidad

Una bobada esto de ser forjador, creador y señor de uno mismo: crees habitar un pequeño terrenito y aspiras a ser un gran terrateniente, gobernador de una enorme hacienda, envidia de vecinos; un sitio donde levantar vallas, establecer aranceles, aduanas fronterizas, normas de conducta inquebrantables so pena de castigo ejemplar. Para ello refuerzas tus armas ofensivas y defensivas, endureces a fuego tu voluntad como principal instrumento y proclamas con voz altanera: ¡debo ser YO MISMO! Toda una misión, una aventura magna, inconmensurable, heroica. Serás admirado aplaudido y envidiado. Pero no hay de qué preocuparse, tienes armas poderosas con las que combatir al enemigo, porque, si no, ¿qué clase de terrateniente serías si no puedes defender las fronteras de tu propiedad?...
Qué hartazgo.
¿Crearse a sí mismo? No. Quizás abrir puertas y dejar que el complejo sistema de paradojas que soy/somos funcione sin gendarme, convirtiendo todas esas pequeñas reacciones químicas en palabras, en lenguaje, para, de alguna manera, llegar a un sitio no visitado, en el que el mismo lenguaje es superado por algo más previo, atávico, originario. Avanzar para retroceder. Y, en el mismo extremo, girar en un mismo punto, para no moverse de donde empezamos. Entre medias, la ilusión de identidad se desvacece.
Crear orden en el caos, o recrear el caos dentro del orden. Aprender a vivir en el filo, alerta, en ese lugar donde ya no existe el orden, porque no hay nada que temer, donde los aranceles y aduanas han desaparecido y el sentido de propiedad ya no tiene sentido, porque ya no es necesario ningún sentido para nada.
Un mundo sin conceptos –esas pequeñas cárceles-, en el que las palabras –los carceleros-, sean barridos como el viento se lleva la hojarasca. Un mundo que descubrir juntos, sin armas, sólo con miradas, roces de manos, música añorada. Un sitio que recorrer en el que yo me fundo en tí y tú en mí, un sitio donde desaparecer en el otro, donde la identidad es algo que ya no se conoce, donde ya no se odia a nada ni a nadie por que el miedo ya se fue. Y quedarse allí, quedarse aquí. Allí, aquí, no existe diferencia. Tan sólo el obstáculo para la reunión intuida es un espejo, una propiedad, unas vallas….. mientras nos fundimos con las hojas doradas desprendidas de los árboles, en su zigzagear mecidas por el viento.

lunes, 10 de enero de 2011

Reflexiones desde el margen # 5

Bla, bla, bla

Tedio, levedad, indolencia, desgana, desconexión interior, abotargamiento de los resortes biológicos de la unidad cuerpo/espíritu –pura biología-, inaccesibilidad al funcionamiento vegetativo/automático/mental, ignorancia puntual, pues. Imposibilidad de teclear el “enter” de la mística interna de uno. Opacidad. Ausencia de creatividad, que es el fruto del silencio alerta.
No experimento silencio, sólo oigo un bla-bla-bla en la cabeza aturdidor, inconexo, autocomplaciente. Dejo que suene como le de la gana. Me da igual.

Poca cosa, en definitiva, en el día de hoy....  mientras veo caer las hojas

domingo, 9 de enero de 2011

Reflexiones desde el margen # 4

Fluidez e inocencia

La fluidez y la inocencia. ¿Cómo hacerlos compatibles con un “estar a salvo”? Me refiero a estar a salvo de mal entendidos, sobreentendidos, prejuicios… todo aquello que hace imposible una relación con los demás basada en la sinceridad, en la autenticidad en la expresión, en la verdadera comunicación. Innumerables escollos que impiden una mirada limpia, una relación limpia. Demasiado ruido en las cabezas, un parloteo interminable metomentodo y alcahuete, adulterador, tergiversador, trabucador, interesado, cínico y malintencionado.
Callarlo es posible. La consecuencia es descubrir que detrás de la canalla neblina cegadora existe vida, que por encima de la espesa capa de nubarrones brilla un limpio cielo azul.
El precio es la soledad. Es lo que se paga por volver a ser niño, porque ya nadie te acompaña, estás sólo. Cuando eras cronológicamente niño todo era más fácil, todo el mundo era como tú, mejor dicho: todo el mundo eras tú. Imposible estar sólo, la comunicación era directa, sin necesidad de mecanismos intermediarios corruptores, la fluidez y la inocencia eran no sólo posibles sino que eran la herramienta vital natural.
Hoy visito los parajes de mi niñez, de mi nueva niñez, de mi adulto-niñez, y sólo veo fantasmas. Volviendo-siendo-sin dejar de haber sido nunca, bajito como un niño, veo desde muy alto, y no veo a nadie a mi lado bajito como yo, sólo veo angustia y sufrimiento en los que oigo respirar de cerca, odio y frustración, sólo ceguera y hambre de justicia, una justicia que, obviamente no les llega, porque no comprenden que en el mundo real, el de los niños, no existe justicia, que es un invento de gente muy lejana de la pureza de los orígenes, de gente que ha crecido olvidándose que un día fueron reales. El mundo real carece de palabras inventadas: justicia, orden, derecho, beneficios, prioridades… conceptos sacados de no sé qué giro corrompido de la evolución social heredable de una generación a la siguiente, durante milenios, hasta llegar a nosotros. En el mundo real se ve tan claro que no hacen falta jueces ni juicios, orden y ordenanzas. Pero vivimos una farsa aburrida, una mala opereta. El acceso a lo real lo destruimos hace tiempo, dedicándonos a vivir una vida prestada de mal guión de pastiche. Eso sí, queremos justicia, ¡tenemos derecho!, ¡debéis haced esto y aquello por mí, no penséis ésto sino lo de más allá!… y bla, bla, bla, la cotorra prosigue con su cháchara parlanchina sin cesar, bajo los focos de teatro barato, delante de un público sordo, ciego, con los cerebros paralizados por sus respectivas cotorras, generando un ruido ensordecedor, generando toneladas de angustia, de pánico, de miedo, de aturdimiento, de muerte.
A Buda, Cristo, gente extraordinaria, les gustaba la presencia de los niños. Sin duda ellos eran niños. Pero no les predicaron a ellos, sino a la gente del teatro, de la vida irreal, a la gente que necesitaba volver a recuperar el silencio, el sueño limpio, la vida perdida. A los niños les hablaban como a iguales, con el lenguaje no corrupto de la fluidez y la inocencia.
Volvamos a ser seres fluidos, dúctiles... porque mirad allí... las hojas siguen cayendo.

sábado, 8 de enero de 2011

Reflexiones desde el margen # 3

El odio y otras emociones

Odio. No es un sentimiento, es una solución, una herramienta, la solución de los mediocres. Seres incompletos entre la propia ausencia y la extrañeza provocada por los demás. Un arma bien calibrada defensora de la fortaleza del yo pétreo e involutivo, que vive sólo para autoperpetuarse. El yo no es la identidad. La identidad está bien -siempre, claro, que uno se la tome a broma-. El yo es más bien un producto de la evolución, en forma de conductas, automatismos, respuestas programadas ofensivas –siempre ofensivas, hasta cuando parecen defensivas-, cuyo único objetivo es la autopermanencia inmutable. Un experimento de la evolución que parece haberse refugiado en un lugar al margen de la propia evolución -que es continua contingencia/emergencia/cambio dentro de lo plural y lo diverso-. Cuando la unidad –materias trascendentes y conscientes,- se reduce al yo, éste es el que impone sus cobardes reglas, siendo su más mortífera herramienta el jodido odio, basado como digo en la cobardía, la desconfianza, la suspicacia contra, sobre todo, lo semejante, lo que amenaza con su simple existencia la exclusividad propia. O sea, contra los demás. Aplastar de alguna forma al otro de una u otra forma, parece la única manera de perdurar.
Este es el pan nuestro de cada día.
Bregar con ello me produce a ratos cierto tedio, cansancio.... mientras las hojas continúan cayendo.