sábado, 7 de mayo de 2011

Reflexiones desde el margen # 19

Honor y dignidad

Absolutamente desaparecido el primero, retorcida y corrompida la segunda.
Los diccionarios ofrecen definiciones insuficientes de conceptos tan sutiles.
El honor es un estado vital. En él se encuentra aquél que vive en el instante, cada instante, sobre la cuerda floja de la rebeldía al engaño. A cualquier engaño. Al pequeño y al grande, al trascendente y al intrascendente, al ajeno y, sobre todo, al propio... Es una forja continua, al calor flamígero de la rebeldía, sobre el yunque de la libertad -siempre presente, absolutamente inevitable-, con el martillo de la voluntad. Así el espíritu toma forma, se convierte en ligero y fuerte, aprende a vivir con los sentidos afilados como una espada, inmune a las tentaciones continuas de lo fácil, lo cómodo. Es más fácil y cómodo mentir, que decir la verdad; golpear, que abrazar; aborrecer, que sentir al otro como si fuera uno mismo; escarnecer, que curar heridas... Es más fácil y cómodo ver la fealdad en el otro que en el espejo; culpar al otro en vez de observar nuestras faltas; inventarse al otro, que esforzarse por buscar su realidad; ver pequeños hombres en los demás, y considerarse uno un gigante; alimentar el monstruo de la vanidad devorando al prójimo... Es más fácil y cómoda la soberbia, en vez de la humildad -el vanidoso quiere ser más que el otro, el soberbio es más que el otro-; envidiar que regalar alegría... Es más fácil y cómodo dejarse atrapar por el miedo, que vivir al margen de él; más fácil tenerle miedo a la muerte -un miedo interiorizado, fuente infinita de engaño-, que aceptarla como a la luz del día...
El que escoge este camino, destensa los músculos, convierte la lucha en música, el sacrificio en bálsamo. Consigue acallar la mente, ese bla-bla-bla hipnotizador y mortecino. Es el camino de la caridad y piedad occidentales, o la compasión oriental -variaciones de lo mismo-, del amor.
Este es el bosquejo, a mi humilde juicio, del hombre con honor. Es la única forma de vivir con dignidad. La dignidad es la consecuencia de la fuerza que rodea al hombre honorable. No es un derecho, es una actitud, es una forma de ser-estar. Es inevitable. Como es inevitable sonreír en la alegría. El hombre con honor no escoge ser digno, es digno, y ésto es algo que no es atribuible desde el exterior, no es un premio, es una emergencia desde el interior, que se aprecia desde el exterior.
El honor y, por ende, la dignidad no son derechos innatos, sino adquiridos, fruto de decisiones voluntarias.
El bellísimo artículo primero de la declaración universal de derechos humanos conviene leerse desde cierta perspectiva. Joseph Mengele no nació con honor y dignidad, ni lo contrario. Era, como todos los recién nacidos, un maravilloso milagro, todo potencialidad, impoluto e inocente de actos. Más tarde, a lo largo de su vida, decidió vivir sin honor y, por tanto, sin dignidad.
Desconfianza de los caminos fáciles, es débil el candil que ilumina el sendero.
Y, mientras tanto, miramos hacia arriba, y vemos la belleza de la arboleda desnuda, sobre una densa alfombra de fragantes hojas otoñales.