Oír, escuchar, entender
Sólo palabras, cáscaras, pieles usadas por cientos de millones, máscaras. Oímos mal, escuchamos peor, no entendemos nada. Mejor dicho, no oímos a nadie, no escuchamos a nadie, no entendemos a nadie. Oímos y escuchamos espejismos, entendemos "luz de gas".
¿Cómo llegar al otro? ¿Cómo entenderlo? ¿Cómo obrar el prodigio?
Alguien habla y otro oye, incluso con atención, es decir, escucha... ¿y cuál es el resultado del proceso? Absolutamente nada.
El acceso al otro está bloqueado. Es imposible. Queremos hacerlo, la mayoría deseamos hacerlo.
Creemos entender al prójimo, conocerlo mediante lo que nos dice, mediante lo que vemos que hace, mediante la información que otros nos proporcionan. Otros a quienes, a su vez, creemos entenderles mediante lo que nos dicen, lo que vemos que hacen… Así construimos personajes, uno tras otro, hablamos con ellos, ellos nos hablan a los personajes que somos, a su vez, nosotros…
Montones de personajes imaginarios, miles, millones, accionando, incidiendo unos sobre otros, sobre las bases de conocimientos ficticios. Realidad y ficción fundidas en una mezcla onírica, adulterada, impostora. Guiones improvisados, hojas de guión que interpretamos mientras vamos quemando, párrafos que quedan en el olvido.
¿Por qué sucede ésto?
¿Por qué vemos tan lejos personas que están tan cerca?
¿Por qué es tan difícil comprender al otro?
Quizá preguntas equivocadas
Quizá uno debiera preguntarse quién es el otro
Quizá uno debiera empezar preguntándose quién es uno, o, mejor dicho, qué es uno
Errores tras errores, preguntas erróneas unas tras otras, nos llevan a complicadas, enredadas e intrincadas obras teatrales carentes de guión, nos convierten en personajes huérfanos de autor, ciegos y sordos, palpándonos los unos a los otros, interpretando sin conocimiento, sin discernimiento ni raciocinio. Creemos creer que creemos saber que debemos golpear, y golpeamos al otro, que recibirá el golpe y actuará según lo que el azar escriba en la blancura provisional de su guión de renglones mezclados.
Ese es nuestro aparato cognoscitivo, nuestro libreto, leído por un ciego, interpretado por un sordo, declamado por un mudo. Eso sí, con estas herramientas, con estos imperfectos útiles, elaboramos fiables juicios sumarísimos, con los que redactamos graníticas e inapelables sentencias, y golpeamos… o amamos desde la lejanía, con un amor de papel, con latidos descompasados, sin música, sin armonía…
Quizá no vemos, oímos ni entendemos en los demás nada que no provenga de nosotros mismos, de nuestro propio guión. Toda información proveniente del exterior, del otro, es transformada en módulos, estructuras propias, adecuadas a nuestra necesidad, a nuestros latidos, a nuestros particulares flujos, a nuestra historia, desapareciendo absolutamente en el proceso toda conexión con la fuente original, el prójimo, el próximo. El resultado final es un conocimiento falso y despojado de verdad. Por ello no es posible la experiencia directa del otro. Estamos demasiado llenos de nosotros mismos para que quepa un solo aliento hermano, ni un nanogramo que no sea yo y más yo. Los llamamos “los demás”, pero no son más que elaboraciones propias, construidas utilizando piezas usadas, mil veces usadas, materiales de segunda mano.
EL OTRO, POR TODO ÉSTO, NO EXISTE.
El único camino para conocer al otro, PARA DARLE VIDA Y EXISTENCIA es experimentarlo, vivirlo, directamente, sin mediaciones. Y ésto sólo es posible si nos vaciamos de nosotros mismos. Sólo si vaciamos nuestra alma, si perdemos el miedo al vacío, a la desnudez, al desabrigo. Sólo así, quizá, podremos encontrar la puerta de entrada a la infinita sala de los prodigios. Sólo así, tal vez, vislumbremos el cáliz, la tierra prometida, la luz clara y cristalina… la comunión con el amigo, con el enemigo, con el desconocido... comunión profunda, abisal, verdadera: sin instrumentos, sin traducciones... gotas de agua que se unen en el fondo del mar...
Dejemos nuestros desvanes limpios como patenas, abramos puertas, postigos, ventanas... respiremos profundamente y demos camino libre a la intuición.
La grandeza del alma es inversamente proporcional a su tamaño
Démonos prisa porque, fijaos, las hojas, ya perdido su verdor, ya cobrizas, caen y caen, y los árboles dejan ver su desnudez…